Llevo días intentando debatir con mis alumnos acerca de la dramática situación por la que atraviesa el sistema educativo público en la Comunidad Valenciana. Trato de hacerles comprender que el problema de recortes, impagos y limitación de recursos al que nos condena el gobierno autonómico es mucho más que un conflicto entre el profesorado y la administración. También les afecta a ellos, principalmente a ellos, y a la sociedad entera.
Me escuchan y, en ocasiones, opinan, pero tengo la desagradable impresión de que no quieren llevar sus comentarios más allá de lo políticamente correcto. Es como si creyeran que evaluaré lo que dicen, como si temieran que una respuesta equivocada pudiera perjudicarles en la nota del trimestre.
Les invito a preguntar, a profundizar en el tema, les animo a que se manifiesten sin miedo, porque me interesa conocer su opinión. Pero sus caras reflejan la misma expresión de sospecha que muestran cuando les pido que resuelvan un ejercicio de clase, o les reclamo el trabajo que deberían haber entregado dos días antes.
No sé si interpretar su actitud como muestra de indiferencia por lo que se dice en clase, o como un ejemplo más de lo rematadamente mal que estamos educando. ¿Por qué no me preguntan?, ¿por qué no argumentan para llevarme la contraria?, ¿por qué no olvidan la nota, el miedo a equivocarse, y me dicen qué piensan?
Según Dewey, los estudiantes aprenden aquello que hacen en clase. Si así fuera, ¿qué narices les estamos obligando a hacer en nuestras aulas? Parece que solo han aprendido a responder a preguntas cuyas respuestas conocemos de antemano, mientras son incapaces de interrogar e interrogarse sobre cuestiones que afectan al mundo real en el que viven.
Los expertos dicen que la crisis que padecemos se debe a cuestiones financieras y económicas, que es cosa de bancos y especuladores. Sin duda estarán en lo cierto, pero creo que, además, es necesario buscar su origen en la educación. No se engaña, como nos están engañando a todos, a un pueblo educado en el análisis, la crítica y la exigencia de derechos y responsabilidades. Nos educaron para ser carne de crisis, para aguantar lo que nos echen sin chistar, y en eso estamos. Lo dramático es que también nosotros estamos educando así a nuestros alumnos, que se verán obligados a soportar en los próximos años la crisis que no hemos sabido evitar. ¿Qué instrumentos les estamos facilitando para que sepan enfrentarse a ella?
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