de Maria Acaso
Estas últimas semanas están pasando cosas bastantes sorprendentes en el mundo de la educación. Amplificados por el eco de las redes sociales, el Proyecto Horizonte 2020 y el fallo del Word Teacher Price, han puesto encima de la mesa uno de los problemas más graves en cuanto a la revolución educativa: la clandestinidad de la innovación pedagógica. La realidad es que la gran mayoría de los profesionales de la educación que innovamos y que estamos acelerando el cambio de paradigma, que ya nadie discute como necesario en la práctica, nos vemos obligados a “Innovar sin pedir permiso”, cita que tomo prestada de la ganadora del World Teacher Price Nancie Atwell y que refleja, de manera precisa, esa sensación de hacer lo que creemos que tenemos que hacer pero sin que se note mucho, sin que nadie nos vea, de manera oculta y secreta, no vaya a ser que nos quedemos sin nuestro puesto de trabajo…..
Y la pregunta que me hago es ¿por qué los que innovamos tenemos que hacerlo de forma clandestina?; ¿por qué somos a los que se les vigila y se les castiga?; ¿por qué somos los que tenemos que escondernos y volvernos invisibles?; ¿por qué tenemos que soportar como “normal” el desprecio de nuestros compañeros, la ira de nuestros superiores, las burlas del resto de nuestras comunidades? Por qué tenemos que cerrar la puerta de nuestras aulas, hacer la pantomima del “mirlo blanco” y mentir al inspector, al director y a veces hasta a los padres de nuestros alumnos para poder llevar a cabo aquello en lo que no solo creemos, sino aquello que ya está sucediendo en otros países y que está demostrado que funciona; aquello que consigue despertar el sentido crítico, las ganas de pensar, el trabajo colaborativo, la creatividad y todas aquellas capacidades que son las únicas competencias que sabemos que serán necesarias en el futuro desempeño profesional de los niños y niñas que serán los adultos del futuro.
¿Por qué somos siempre los que incitamos el cambio los que tenemos que dar explicaciones, los que tenemos que convencer, los que tenemos que justificar la necesidad de cambiar, en vez de ser los que NO quieren cambiar los que tengan que dar explicaciones? Y es que cada vez que doy una charla o una conferencia son legión las personas que se acercan al final y me cuentan lo felices que se encuentran descubriendo que NO SON los únicos profesores raros, los únicos profesores incomprendidos, los únicos profesores que tienen que luchar contra los equipos directivos, contra el mobiliario, contra los padres, contra algunos alumnos y lo peor de todo, contra el miedo.
Profesores que, como visualizan las figuras de Nancie Atwell o deCésar Bona, tanto en la escuela pública como en la privada (pero tengo que decir que con mayor lentitud en la pública debido al amargo corsé de las instituciones oficiales), tanto en la escuela infantil como en la universidad, y especialmente en la educación formal (aunque también existen casos en la educación no formal), llevamos a la práctica de manera clandestina modelos de pedagogía que están en consonancia con el mundo en el que vivimos.
Profesionales de la educación con una capacidad ética a prueba de bombas, que entendemos que hay que acabar con la farsa, con el simulacro que en todas las disciplinas (desde las matemáticas hasta las artes visuales) día a día se establecen unos procesos de aprendizaje mediante los que nunca nadie realmente llegará a aprender. Y hacemos este cambio contra viento y marea, solos, escuchando, como dice bell hooks, las risas burlonas desde el fondo de los pasillos aunque no nos paremos a responderlas, ni las hagamos caso.
Pero parece que el momento de “innovar sin pedir permiso” está a punto de acabar.
El proyecto Horizonte 2020, llevado a cabo por la red de escuelas de los jesuitas en Cataluña y del que se han hecho eco tres de los principales periódicos digitales del país, suponen desde mi punto de vista, un cambio enorme; y es que ha sido toda la institución, desde la dirección pero pasando por profesores y padres, quienes han decidido impulsar la innovación. Es cierto que los jesuitas no son, ni han sido, los únicos; existen escuelas alternativas desde hace mucho tiempo y por toda la geografía española, pero el Proyecto Horizonte 2020 me gusta entenderlo como la metáfora de este cambio, porque también es una realidad que estas escuelas alternativas han sido y son excepciones, y el Proyecto Horizonte 2020 se pretende configurar como regla.
Tal y como recomienda Focault, la manera más eficaz de resistencia contra cualquier forma de dominación, no es la lucha contra la prohibición, sino la contraproductividad, es decir, la producción de formas de ser y de vivir alternativas a lo que la prohibición prohíbe. La innovación pedagógica que muchos profesionales de la educación hemos desarrollado y donde estamos, puede entenderse como una forma de resistencia, como una contrapedagogía que articula, desde la posibilidad y lo regenerativo, las alternativas ante lo que no funciona.
Sueño con un día en el que las pedagogías clandestinas no sean necesarias, en un día donde los profesores, los equipos directivos y los centros premien la innovación, la valentía, la creatividad y que, aunque algunas de estas propuestas sean fallidas, también sean entendidas como experiencias necesarias para avanzar. Sueño con un día donde todos aprendamos en las aulas y donde ese aprendizaje, lejos de esconderse, se exhiba y se comparta de manera que ningún profesional de la educación tenga que pedir permiso, porque la innovación… será la norma.
Todas las imágenes de este post son obra del artista Hicham Benouhoud